El rápido uso de la inteligencia artificial en las escuelas, desde los jardines de infancia hasta las universidades, proporciona al país una base de datos sin parangón.

Publicado originalmente por https://www.wsj.com/ el 24 de octubre de 2019 (adaptación)

En una escuela primaria del Condado de Jinhua Xiaoshun en China, a unas pocas horas de Shangai, ya se usa la tecnología de inteligencia artificial en clases.

En un curso de quinto año básico, la jornada escolar comienza con la instalación de un dispositivo sensor de ondas cerebrales, un “cintillo” o “diadema” que deben utilizar todos los estudiantes. Se trata de un mecanismo fabricado en China que consta de tres electrodos, dos de los cuales se ubican detrás de las orejas y el otro en la frente. 

Estos sensores captan señales eléctricas enviadas por las neuronas de los estudiantes, las que se envían en tiempo real al computador del profesor, quien, de esta forma, podría descubrir rápidamente quién está prestando atención y quién no.

Luego se genera un informe que muestra qué tanto prestó atención la clase. Incluso detalla el nivel de concentración de cada estudiante en intervalos de diez minutos. Estos resultados se envían a un grupo de chat para padres.

“Rojo significa que estás profundamente enfocado, azul que estás distraído. Blanco significa que estás offline”, comenta uno de los estudiantes que utiliza el cintillo.

El ámbito educacional es solo uno de los ambiciosos focos del plan de China para convertirse en líder mundial en inteligencia artificial. Además, ha logrado disponer una economía sin dinero en efectivo, pues las personas realizan sus compras con sus “caras”. Y una gigantesca red de cámaras de vigilancia, que también se vale del reconocimiento facial, simplifica la labor de la policía en el monitoreo de los ciudadanos. 

En lo que concierne a la tecnología utilizada en la escuela, esta no termina en el uso de diademas de rastreo de neurodatos. También cuentan con robots que analizan la salud y niveles de participación de los estudiantes, quienes además llevan un chip en sus uniformes para rastrear sus ubicaciones. Cámaras de vigilancia monitorean qué tan frecuentemente los estudiantes revisan sus teléfonos o bostezan durante clases.

Ante esta arremetida, expertos internacionales de variadas disciplinas han concordado en que aún no hay investigación suficiente para determinar los alcances del uso de estas nuevas tecnologías.

En el caso del uso de los cintillos, por ejemplo, no se sabe con certeza si los neurodatos proporcionados por los estudiantes solo se utilizan para buscar una mejora de rendimiento académico o si también son enviados a proyectos de investigación financiados por el gobierno. 

Es por razones como esta que una serie de iniciativas a nivel global están haciendo sonar las alarmas sobre varios aspectos del enorme impulso del mundo hacia la inteligencia artificial. 

La ingente cantidad de preguntas que han derivado de la implantación de este tipo de proyectos apuntan desde los estándares de seguridad y privacidad en estas aplicaciones hasta el tipo de ciudadanos adultos que se están formando en esos auténticos laboratorios de las generaciones futuras que son las salas de clases chinas. 

En un futuro próximo, serán las preguntas que la sociedad mundial en su conjunto deberá estar preparada para responder.

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